Este fin de semana he estado de despedida de una amiga, desde pasado el mediodía hasta 22 horas después. Toda una maratón pero ya hablaré sobre ella en otro post. Lo que intentaba contar es lo sucedido en ese periplo.
Entre copa y copa, risas y clubbing diverso conocí a alguien, el amigo de un amigo, que te sonríe pero parece tímido con ese look que me pierde (rapado y sin pintas de porcelana) y con un aire ligeramente dandy. Y no paraba de mirarme. Hasta que me lo presentan. Y menos mal que era hetero. Y digo menos mal porque encajaba en el perfil típico de tío que no me conviene. Y del que si me lío con él me acabo enganchando. Pintor y bohemio, amante del despilfarro, crápula y con gusto por la ropa cara y como todo buen artista de estereotipo romántico y algo trágico (siempre van unidas esas dos palabras) sin un euro en el bolsillo.
Le perdí de vista antes que abriesen el primer afterhour (y esa noche estaba dispuesto a irme de after, por la ocasión) pero quiso el destino que me lo encontrase de camino, él sin un duro con el que pagar la entrada y yo , aun sabiendo su orientación, atraído por el morbo de que fuese conmigo. Así que sin dudarlo le invité al primer after y a una copa y pagándole la entrada del siguiente aun teniendo yo invitación, y otro vodka con naranja y...
Finalmente a las 11:00 de la mañana se impuso la razón y decidí escaparme de la situación (que no sabía hacía donde podía ir, pero seguro que hacia abajo, siempre es hacia abajo). Sin mediar palabra me perdí en la pista de baile y entre ritmo y ritmo, timbal y timbal me escabullí hacia la salida respirando tranquilo tras cruzar la puerta a pesar de que el sol del domingo me dejase casi ciego.
Y la reflexión de todo esto es, por qué a pesar de hace casi dos años haberme prometido no volver a acercarme a este tipo de tíos, resurge ese lado oscuro del deseo que me lleva al vacío. Etiquetas: Alma, Cuerpo |